15/3/10

Cuestión de ir a por ella

¿La suerte viene o la suerte se consigue? ¿Es el resultado del azar o es el resultado de un trabajo que uno ha realizado? ¡Eh ahí la cuestión! De hecho hay personas que creen en la suerte y viven de la esperanza de que en alguna ocasión le tocará a ello. ¿Un ejemplo? La cantidad de gente que compra la lotería. Pero otra cosa es ver a personas con éxito en diferentes campos de la vida cuyo éxito depende rara vez del azar.

Hay algo que es fundamental a la hora de tener éxito en la vida: Ir a por él, moverse en dirección al éxito, promover actitudes que propiciarán tarde o temprano el resultado final que uno espera.

Una pequeña historia que relata Anthony de Mello nos deja claro que en la vida hay que dar pasos y que no todo depende de estar a la espera, una espera pasiva, de conseguir los resultados sin haber movido un solo dedo:


Se hallaba un sacerdote sentado en su escritorio, junto a la ventana, preparando un sermón sobre la Providencia. De pronto oyó algo que le pareció una explosión, y a continuación vio cómo la gente corría enloquecida de un lado para otro, y supo que había reventado una presa, que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada.


El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya a la calle en la que él vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el pánico. Pero consiguió decirse a sí mismo: «Aquí estoy yo, preparando un sermón sobre la Providencia, y se me ofrece la oportunidad de practicar lo que predico.

No debo huir con los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la providencia de Dios me ha de salvar».


Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena de gente. «¡Salte adentro, Padre!», le gritaron. «No, hijos míos», respondió el sacerdote lleno de confianza, «yo confío en que me salve la providencia de Dios».


El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que volvió a animar encarecidamente al sacerdote a que subiera. Pero él volvió a negarse.


Entonces se encaramó a lo alto del campanario. Y cuando el agua le llegaba ya a las rodillas, llegó un agente de policía a rescatarlo con una motora. «Muchas gracias, agente», le dijo el sacerdote sonriendo tranquilamente, «pero ya sabe usted que yo confío en Dios, que nunca habrá de defraudarme».



Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue quejarse ante Dios: «¡Yo confiaba en ti! ¿Por qué no hiciste nada por salvarme?»



«Bueno», le dijo Dios, «la verdad es que envié tres botes, ¿no lo recuerdas?»


Nada, que hay trabajar él éxito. No es cuestión de que otro lo hagan por ti, ni de esperar que llegue como parte del azar. Es cuestión de dar pasos, de ir hacia él, de propiciarlo con las propias actitudes.

Y ninguna historia mejor que la de ¿Quien se ha llevado mi queso? Lo deja bien patente. La vida es cuestión de dar pasos, de movimiento, de buscar soluciones y alternativas en vez de refugiarse en el llanto, la desesperación, la resignación, la queja o la psavidad.