18/3/11

Emociones, ¿vivirlas o reprimirlas?



Ayer escribía sobre la actitud japonesa ante los desastres que están viviendo y como esa misma actitud han sido ejemplo para muchos de nosotros. Hoy leía un artículo de como esta actitud oriental no parece ser todo lo positiva que creemos y una reflexión de como deberían abrirse a un mundo mucho más emocional en el que se puede tener toda la libertad para expresar las emociones, tal y como lo hacemos nosotros.

Si bien es cierto que expresar nuestras emociones es algo positivo, también lo es el no vivir a merced de ellas. Las emociones están ahí como mecanismos de defensa o como mecanismos que nos ayudan a dar pasos importantes en la vida. Lo importante es que las emociones estén a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ellas.

La represión, el no reconocimiento y vivencia de las emociones, pueden ser una auténtica olla a presión dentro de nosotros. De hecho Japón tiene un alto índice de suicidios y de depresiones que el año pasado le ha costado a dicho país la importante cifra de 32.100 millones de euros. Es el volumen de dinero que el estado ha dejado de ingresar por los que han optado por el suicidio y por las bajas laborales.

Es, pues, importante el reconocer y vivir las emociones como tal, pero sabiendo encauzarlas hacia la consecución de nuestros objetivos reales en la vida de tal manera que no nos frenen en nuestro diario caminar. La actitud resignada, paciente y aparentemente tranquila con la que hemos visto vivir a los japoneses su tragedia nos llevan a recordar otras situaciones donde nervios, desesperación e inconformismo han llevado a situaciones de agresividad que han producido daños colaterales bastante fuertes: robos, injusticias, violencia e incluso muertes por no saber vivir las situaciones de una manera más equilibrada. Un ejemplo muy claro los podemos ver en todas las situaciones de violencia de género o de violencia doméstica donde las emociones han conducido muchas veces a la muerte.

Lo que si está claro es que el equilibrio conlleva el reconocimiento de las emociones y el saber encauzarlas de forma que nos ayuden y no que nos despersonalizen.