29/12/14

Entre el hoy y el mañana.


Cada vez más oímos hablar sobre objetivos y metas a conseguir. Vivimos muchas veces pensando en el futuro y, sin darnos cuenta, podemos caer en ser víctimas del futuro como muchas veces lo somos del pasado. Mientras tanto nos olvidamos de algo tan importante como es vivir el presente. De hecho, ¿recuerdas todos y cada uno de los momentos placenteros que viviste en el día de ayer? Y ello sin hablar de los momentos difíciles que nos podemos encontrar en el día a día.

Dicen que pensar mucho en el pasado es las causa de muchas depresiones y que estar obsesionados con el futuro es el origen de muchos procesos de ansiedad. Mientras tanto pasa la vida y, ¿qué vivimos? 

Recuerdo la vieja historia del pescador:
El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando en pipa.
“¿Por qué no has salido a pescar?”, le pregunto el industrial.
“Porque ya he pescado bastante hoy”, le respondió el pescador.
“¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?”, insistió el industrial.
“¿Y qué iba a hacer con ello?”, preguntó a su vez el pescador.
“Ganarías más dinero”, fue la respuesta. “De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas… y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo”.
“¿Y qué haría entonces?”, preguntó de nuevo el pescador.
“Podías sentarte y disfrutar de la vida”, respondió el industrial.
“¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?”, respondió el satisfecho pescador.
Es una historia que me hace reflexionar, sobre todo de la cantidad de cosas que hacemos cada día y que hacemos rutinariamente sin saborear el placer que cada una de ella puede provocar en nuestra vida si supiéramos vivirla a tope.

A mi, personalmente, me ocurrió en su momento en una ocasión que tenía que subir a una montaña muy empinada. Mis ojos estaban fijos en el objetivo, un pino que suponía lo alto de aquel cerro. Mis ojos estaban anclados en el pino. Yo subía y el pino no se movía, parecía estar siempre a la misma distancia. Recuerdo que me paraba una y otra vez a descansar a pesar del consejo de que no lo hiciera.

Hubo un momento en el que ya no podía más, sentía vergüenza por mis acompañantes. Me senté, cerré los ojos y quería desaparecer de aquel lugar. Así, y como por arte de magia, abrí los ojos y observé  algo que me acompañaba por el camino y no me daba cuenta: toda la vegetación. Flores de diferentes dolores, muchas tonalidades de verdes, el cantar de los pájaros, el reptar de los lagartos, etc. Decidí levantarme y enfocarme en todo eso que me encontraba por el camino. Poco después estaba en la cumbre tan deseada sin haber parado una vez más por cansancio.

Los objetivos en la vida son muy importantes, pero es mucho más importante cada paso, cada momento que vivimos, porque ello es la vida real. Tal vez la vida nos depare la satisfacción de encontrar lo que buscamos, una satisfacción que tal vez dure poco tiempo mientras que el camino ha durado mucho. 

Eso es la vida, todo un proceso  a vivir, a saborear, a disfrutar y a sentir plenamente. Los objetivos alcanzado son, simplemente, el premio y el goce de haber llegado. Pero el proceso es lo que hemos vivido y lo que nos ha curtido como personas.

De pequeño me hacían hincapié en hacer todas las noches el examen de conciencia. Hoy pienso diferente y creo que deberíamos centrarnos en agradecer todas y cada una de las cosas realizadas durante el día. Estar agradecido cada noche por lo acontecido durante el día nos prepara para el día siguiente. Nos prepara a saber acoger cada momento, saborearlo tal y como ese momento es, para poder gozar del camino de la vida y aprender de él.