1/4/15

La familia y el burro.




Había una vez un matrimonio con un hijo de doce años y un burro. Decidieron viajar, trabajar y conocer el mundo. Así, se fueron los tres con su burro.

Al pasar por el primer pueblo, la gente comentaba:
“Mira ese chico mal educado; él arriba del burro y los pobres padres, ya mayores, llevándolo de las riendas”
Entonces, la mujer le dijo a su esposo:
“No permitamos que la gente hable mal del niño.”
El esposo lo bajó y se subió él.
Al llegar al segundo pueblo, la gente murmuraba:
“Mira qué sinvergüenza ese tipo; deja que la criatura y la pobre mujer tiren del burro, mientras él va muy cómodo encima”.
Entonces, tomaron la decisión de subirla a ella al burro, mientras padre e hijo tiraban de las riendas.
Al pasar por el tercer pueblo, la gente comentaba:
“Pobre Hombre…. Después de trabajar todo el día, debe llevar a la mujer sobre el burro! y pobre hijo ¡qué le espera con esa madre!”
Se pusieron de acuerdo y decidieron subir los tres al burro para comenzar nuevamente su peregrinaje.
Al llegar al pueblo siguiente, escucharon que los pobladores decían:
“Son unas bestias, más bestias que el burro que los lleva, van a partírle la columna!”
Por último, decidieron bajarse los tres y caminar junto al burro.
Pero al pasar por el pueblo siguiente no podían creer lo que las voces decían sonrientes:
“Mira a esos tres idiotas: caminan, cuando tienen un burro que podría llevarlos”
Conclusión …
Siempre te criticarán, hablarán mal de ti y será difícil que encuentres alguien a quien le conformen tus actitudes.

Una pequeña historia, un cuento, pero con la fuerza de una realidad que vivimos día a día, unas veces de forma consciente y otras inconsciente, y que se acentúa en los momentos de inseguridad que tenemos muchas veces donde buscamos el apoyo de los demás, especialmente los más cercanos y en las que vivimos más pendientes de lo que piensan otros de que lo que nosotros pensamos y, sobre todo, lo que nosotros queremos sentir y experimentar en la vida. Nunca mejor que recordar el refrán de "ándese caliente, ríase la gente.

La realidad de la vida es que nunca vamos a agradar a todo el mundo. Siempre habrá gente que le guste lo que hacemos y gente a la que no. Lo cierto es que ni a los que les guste ni a los que no van a experimentar o a vivir la vida por nosotros. Cada decisión que tomamos tiene una repercusión mucho más directa en nuestra vida que en la de los demás.

Lo que es claro es que lo que sintamos en la vida, bien sea alegría o tristeza, lo vamos a transmitir a los demás, querámoslo o no. Es por ello que lo que tenemos que elegir es aquello que nosotros creamos en conciencia que va con nosotros, con nuestros valores y con lo que buscamos en la vida. Puede parecer un poco egoísta, pero ya hay una máxima en el Evangelio que lo deja bien claro: jamás podremos amar a otros si primero no nos amamos a nosotros mismos. "Amarás al prójimo como a ti mismo", dijo Jesús. Y cuanta razón. No puedes dar de lo que no tienes.

Hay algo que no tiene valor, la espontaneidad que surge de la libertad de sentirte vivo y con capacidad de aportar a la vida y a los demás. Ese sentimiento espontáneo de felicidad, esa alegría, ese dinamismo lo llevas dentro y lo expresas hacia fuera de forma libre y espontánea. Por ello no hay nada como actuar por uno mismo consciente de lo que haces y del sentido que le das a lo que vives en cada decisión y actitud que tomas en la vida.