18/2/16

Valorar a los demás.


Ésta frase se la acabo de leer a un compañero de trabajo y gran emprendedor. me llamó mucho la atención porque por lo general no solemos dar muchas oportunidades a las personas. Esperamos mucho de ellos, pero de acuerdo con las expectativas que tenemos nosotros y basándonos siempre en nuestras cualidades y habilidades.

Nos gusta que las personas sigan nuestros pasos, que nos copien, que se identifiquen con nuestro estilo de vida, con nuestros usos y costumbres. ¿Qué hacemos con aquellos que no cuadran con nuestras expectativas? Generalmente acabamos dejándolos a un lado de nuestro camino y permitir que otros con nuestros propios ideales y expectativas se vayan sumando a nuestra comitiva.

Pero las personas más sencillas y las más diferentes a nosotros siempre tienen unos valores, una experiencia y algo que aportar desde lo que son. He estado en numerosas reuniones a lo largo de mi vida en las que me he encontrado con personas que apenas participaban, que estaban calladas y a veces dormidas, personas que a veces pensabas que estaban ahí para hacer un simple acto de presencia.

Uno de estos casos fue muy curioso. Ella se llamaba Luz y siempre iba a Misa, todos los días. Recuerdo que a veces tenía la impresión de que se dormía en algún momento. Ella era una persona muy servicial y era muy reconocida en la población donde vivía hasta el punto que un día, en medio de unas elecciones a Alcalde o Presidente Municipal, alguien la paró y le preguntó, como para indagar o ponerle a prueba:
  • - Buenos días, Doña Luz. ¿Puedo hacerle una pregunta?

  • - Ella se quedó mirando con aquella cara de ternura que tenía y respondió sin rodeos: ¿Y por qué no?
  • Entonces la persona en cuestión fue al grano y le preguntó: ¿A quién va a votar usted? ¿A Lázaro, que era considerado el cacique, o a Mario, que venía del sector indígena?
  • La respuesta no dejó de sorprender ni a los que estaban allí en ese momento, ni a los que supimos de ella más tarde. Doña Luz respondió sin ningún tipo de reparos y rápidamente: "Voy a votar a aquél que está a favor del Evangelio, es decir, al que muestre más amor por aquellos que va a dirigir.

Apenas sabía leer y escribir. Ya era una persona entrada en años. Podríamos decir que tal vez era una persona que no merecía mucha atención. Pero cuando alguien se centraba en ella y ofrecía respuestas de ese calibre poco podían objetar algo. Tal vez porque para ella la respuesta, en esa ocasión, la llevaba clara, pero sin decirlo abiertamente invitó a aplicarse lo de "quien tenga oídos para oír, que oiga".

Ayer curiosamente, participaba en una reunión de trabajo. Se hablaban de temas interesantes. Las personas que allí estaban me ganaban en experiencia en cuanto a lo que se trataba. Yo escuchaba en silencio hasta que alguien me invitó a dar una opinión o sugerencia. La di, la expliqué y cuando acabé alguien exclamó: "¡¡¡Vaya para el que estaba calladito!!! ¡¡¡Que buena aportación!!! Tomaron nota. Me sentí bien. Todos, desde nuestra humilde experiencia, podemos aportar algo sabroso y de nuestra propia cosecha, como decía el Papa Juan XXIII, a los demás.

¿Cuando podemos o pueden aportar las personas? Cuando, como dice mi compañero Iván, se les tiene en cuenta, se les valora y se les apoya. ¿Cuántas personas a nuestro lado están pidiendo a gritos silenciosos que las valoremos, las tengamos en cuenta y que les ayudemos a valorar toda la riqueza que llevan dentro de si misma?

Te invito a escuchar una historia real de cómo el saber valorar lo que muchas veces pasa desapercibido en nuestra vida puede marcar la diferencia en nuestras vidas.